Infiernos escoceses

lunes, 15 de diciembre de 2008

De este lado del Atlántico pocos conocen la obra de Alasdair Gray, lo cual no deja de ser un poco extraño, ya que uno de sus principales traductores al castellano (si no el más importente), el escritor Marcelo Cohen, es argentino. En España supongo que será un poco más leído este autor escocés nacido en 1934, pero no estoy seguro. De hecho si digo esto es porque mi primera experiencia con Gray se debió a la lectura de algunos de mis cuentos que hizo un escritor, músico y guionista vasco, Txabi Alastruey (http://www.marillion.wordpress.com/), relacionándolos con la gran (en todos los sentidos posibles) novela Lanark, publicada en 1981 y considerada casi unánimemente no sólo la mejor novela de Gray sino además uno de los puntos de referencia obligados de la literatura escocesa/inglesa contemporánea.

En su momento, como aun no había tenido el placer de sumergirme en Lanark, no supe que responder ante la asociación que trazaba mi amigo Txabi y esta novela; al conseguirla, en inglés (ya que en Montevideo dar con la traducción española –o alguien que supiera al menos de su existencia- se volvió imposible), y al meterme en el laberinto de sus más de 600 páginas y los cuatro libros que contiene y abarca, probando aquel viejo dicho de la Gestalt sobre que el todo siempre es mayor que la suma de sus partes, entendí que la comparación con Gray era el mayor elogio (totalmente exagerado, por supuesto) que podía haber recibido.

Lanark cuenta la juventud de Duncan Thaw, un joven escocés nativo de Glasgow y determinado a convertirse en artista plástico. El relato homenajea a la novela de James Joyce Retrato de un artista adolescente, divergiendo en el desenlace e incorporando, además, elementos de la filosofía existencialista francesa. La otra gran mitad del libro es el periplo de Lanark, alter ego de Duncan o quizá el propio Duncan transfigurado, por una geografía fantástica que ha sido descrita como una visión moderna del infierno. Hacia el final de esta secuencia, Lanark se encuentra con su creador, representado como un escritor –el propio Gray, quizá- obsesionado con rastrear las fuentes de su libro (incorporado a la novela como un “índice de plagios) y con el lugar que tomaría este en una gran (y personalísima) historia de la literatura y las ideas.

Lanark mezcla géneros como la autobiografía, la narrativa posmoderna (al estilo de Foster Wallace o Roberto Bolaño, por ejemplo), la fantasía épica y la ciencia ficción, convirtiéndose, más allá de una obra inclasificable, en una verdadera novela sobre las novelas, sobre el arte de novelar, la historia de la literatura y la novela misma. Pero estas apreciaciones no agotan la obra del autor que estamos reseñando: Gray es una suerte de artista casi total, que incorpora a sus libros sus propias ilustraciones, muchas veces verdaderas citas de artistas como Piranesi, Holbein o Escher, y un importante acento en la diagramación.

Estos elementos los encontramos claramente en Historias casi verosímiles, su gran antología de relatos, editada en castellano por ediciones Minotauro con traducción del mencionado Marcelo Cohen. Aquí hallará el lector felices experimentos con la disposición del texto, la tipografía, y el uso de las ilustraciones como algo más que un agregado decorativo al texto. Es en estos cuentos, algunos de ellos casi novelas cortas, donde Gray despliega el gran poder de su imaginación, creando lo que podría pensarse como su propia forma de entender lo fantástico. Y quizá este último elemento aporte un grado más de asombro ante la escasa (casi nula) repercusión que sus ficciones han tenido en el Río de la Plata, que no carece de una importante –y atípica, idiosincrásica- tradición de lo fantástico y lo inclasificable, con autores como los uruguayos Fesliberto Hernández y Mario Levrero, y los argentinos Cortázar, Borges y Bioy Casares, por nombrar únicamente los clásicos (un censo de contemporáneos incluiría a Roberto Bayeto y Gabriel Schutz para Uruguay y a Angelica Gorodischer y Sergio Gaut VelHartman para Argentina).



Otra gran novela de Gray es 1982.Janine, hasta donde sé no traducida al castellano y, en su momento, acusada de pornografía (siempre hay algún mojigato de turno) gracias a las crudas y viscerales descripciones de los deseos sadomasoquistas de su protagonista. Un lugar especial merecen Un hacedor de historia, quizá su único libro que entra de lleno en el genero de ciencia ficción (es increíble la historia de la humanidad esbozada en los últimos episodios), y Vestida de cuero, de 1990, personalísima exploración del mundo del fetichismo y novela armada, al modo de 2666 de Bolaño, por la yuxtaposición de novelas cortas.

Alasdair Gray es un escritor singular, único, de los pocos que resisten cualquier intento de clasificación –y en este sentido se parece a los británicos J.G.Ballard y Angela Carter, sus contemporáneos quizá más cercanos. Encontrar sus libros puede volverse una odisea, pero siempre es reconfortante pasar por tantas dificultades para hacerse con un tesoro –y las novelas de Gray siempre lo son. En lo personal, diré a modo de clausura que si con esta nota he logrado que Alasdair cuente con un lector más, al menos un lector más, la sabré justificada. Y ese hipotético lector habrá dado su primer paso hacia un mundo de inmenso goce literario y vital.

Por: Ramiro Sanchíz

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Elogio era, desde luego, pero no exagerado. Al menos no desde la silla en la que me sentaba, que los vínculos intertextuales son parte de lo que hace la literatura una selva en la que merece la pena perderse. Sigo encontrando esa relación entre el maestro Gray y tus relatos, salvando todas las distancias que sea necesario, cuando dejo de lado el contexto político de su obra (acto un tanto herético, si uno quiere entender realmente a Gray).