Desplazamientos de Mario Levrero (II)

miércoles, 21 de enero de 2009

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Si se tratase de presentar la obra Levreriana a un lector ajeno al ámbito rioplatense podría tramarse una primera división de aguas que arroja tres etapas: la primera, dominada por la llamada “trilogía involuntaria”, compuesta por las novelas La ciudad, El lugar y Paris, escritas a fines de la década de los 60 y principios de los 70 pero publicadas a lo largo de las décadas siguientes, reeditadas a fines del 2008 en la colección Debolsillo, reunidas en un lindo estuche y presentadas con un buen prólogo de Ignacio Echevarría. A este primer momento pertenecen también los relatos, recopilados en el libro La máquina de pensar en Gladys, todavía afincado en el gueto uruguayo pero, seguramente, pronto incorporada a un esperable (en varios sentidos) proyecto de Cuentos Completos o similar. La siguiente etapa (entiéndase que esta división es aproximativa, sin pretensiones de alta resolución) podría denominarse “experimental”, y abarca el grueso de la producción “inclasificable” de Levrero, obras como Novela geométrica, Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo, Caza de conejos, Fauna/Desplazamientos y otras.


El primer momento Levreriano estaría dominado por un acercamiento a lo fantástico guiado por las pautas de Kafka, de quién Levrero ha escrito “me enseñó que podía decirse la verdad”, mientras que en el segundo podrían reconocerse pautas de la novela experimental o abierta en el sentido clásico que le da Umberto Eco al término, conectándola con la actividad de grupos literarios entre los que se incluiría el nouveau roman francés, así como también búsquedas de intersección entre el lenguaje musical, científico, lógico y matemático y el literario, a través de obras construidas con procedimientos variacionales (Caza de conejos, que consiste en 100 fragmentos narrativos que no trazan una línea argumental sino que se superponen con procedimientos más análogos a los de la poesía) o iterativas y serialistas (Ya que estamos). Esta etapa se prolonga hasta 1989, pero subyace en la producción posterior (emergiendo por ejemplo en Irrupciones), a la que podríamos llamar un tercer período caracterizado por concentración en la primera persona, la erosión de la distancia autor/narrador/protagonista y la indagación constante sobre la identidad y lo espiritual. Pertenece a este momento la Segunda trilogía, compuesta por el cuento “Diario de un canalla” (1989) y las novelas El discurso vacío (1996) y La novela luminosa (2005, póstuma), considerada por muchos la obra maestra del autor, verdadera creación de un narcisismo metafísico o trascendental, articulado en el registro y elaboración de lo cotidiano y la búsqueda de crear un lenguaje que permita dar cuenta (así sea aludiendo directamente a ellas o trazando su contrafigura) de las “experiencias luminosas”, como las llamaba el autor, momentos de revelación del espíritu o de acercamiento a otros planos de existencia.

Esta división en tres etapas deja por fuera la actividad de Levrero en los campos del humor y los juegos de ingenio, pero él mismo trazó una demarcación al publicar su obra “literaria” bajo el nombre “Mario Levrero” y la “otra” bajo múltiples nombres, entre los cuales aparece Jorge Varlotta, que era su nombre “oficial” ante el estado y sus instituciones (Jorge Mario Varlotta Levrero), entidades irritantes y perniciosas que, por suerte, tuvo siempre el buen tino de ignorar. Como toda periodización, se vuelve inútil a la hora de considerar la producción Levreriana obra por obra, novela por novela o cuento por cuento. Sin embargo, entrecerrando los ojos o mirando de lejos, puede servir de utilidad al lector que aun no ha ingresado al mundo del último gran escritor de Uruguay y, seguramente, del Río de la Plata.

Una vieja foto de otro grande de estas latitudes, Juan Carlos Onetti, permite ver una inscripción en la pared: “el error es dejar entrar al mundo”. Levrero hubiese apoyado alegremente esta sabia sentencia.

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