6 razones por las que Moby-Dick es enorme

jueves, 11 de diciembre de 2008

Amantísimos lectores- y empezamos la colaboración mintiendo y adulando-, si la anterior entrega de Letras Inglesas era un esbozo sobre el gran Bukowski, la que tenéis frente a vosotros es sobre otro peso pesado de la literatura universal: Moby-Dick (con guión, como Spider-Man) de Herman Melville.

Esta novela es ese tipo de obra tan arraigada en el entramado cultural que no importa que ocho de cada diez personas no la hayan leído; su historia es conocida de sobra, si bien es verdad que tamizada a través de Los Simpson o con graves- e interesantes- confusiones (que hay quien piensa que al Capitán Ahab le comió la mano una ballena y le pusieron un garfio con el que persigue a Peter Pan). Por otra parte, se ha visto tan desgastada por sobreexposición que provoca recelos entre una gran parte de los lectores. Viene a ser, en términos culturales, como admitir que una obra que por popular es confundida con un producto de masas es a la vez un riquísimo ejemplo de Literatura con mayúsculas. Y esto, para la sección de fans de Lars Von Trier, no es underground; ellos, amiguitos de Literatura en Murcia, sólo leen a autores desconocidos a ser posible de origen iraní, que pinta mucho una estantería tener la obra completa de Benzad Ali Keshavarz. Que grande el Benzad.

Disputas undergroundnisticas aparte, Moby-Dick es uno de los raros casos de mezcla perfecta entre complejidad y sencillez de la literatura universal. Complejidad porque Melville no hace distingo entre géneros y salta de bote en bote durante todas y cada una de las palabras de esta novela, largando maromas de uno a otro y amarrando con la maestría de quien fue marinero: es una novela de aventuras con pasajes enciclopédicos, con fuertes toques sociales, una pizca de sermón cuáquero/puritano, un suave aliño de la mejor épica y un profundo olor a salitre que se instala en lo más hondo del lector página tras página. Sencillez porque el pilar de la novela es un conflicto tan antiguo como las propias ballenas: la historia de un hombre consumido por su obsesión.

Lo que hace atractiva a esta obra, en su día ignorada, es la atmosfera de exaltación, pasión y odio que desprende. Nantucket se hace real, casi palpable, con su olor a pescado, su frío traspasando los gruesos abrigos de lana, su bullicio portuario de balleneros, ceños fruncidos y barbas de 3 semanas. Es una atmosfera que huye del concepto de Bildungsroman: nadie crece en Moby-Dick. Ahab y su única obsesión, el profético Elijah, Ishmael, el salvaje Queequeg, Daggoo… todos son personajes eternos, de saga épica y estirpe bíblica (de nuevo la Biblia de por medio), condenados a completar su destino. Nada es precioso ni bucólico en esta historia de odio, venganza y obsesión: la vida, como bien dice el adagio, mata. Como el Capitán Masa no me deja extenderme mucho vamos a lo que promete el encabezamiento:


6 razones por las que Moby-Dick es enorme
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1. Ahab. El capitán del Pequod merece una entrada por sí solo. Qué digo una entrada, merece un blog entero. Ahab, al igual que su homónimo bíblico, está condenado por su propia obsesión y no sólo eso si no que arrastra a la destrucción a su tripulación. Es venganza y odio condensado, focalizado en la ballena que le arrancara la pierna. Digno del mejor Shakespeare, que a buen seguro envidiaría la riqueza del personaje trazado por Melville. <Un hombre al que se hubiera sacado de una hoguera cuando ya comenzaban a arder sus miembros>, en palabras del autor.

2. El Pequod. Más que un ballenero, un microcosmos repleto de arquetipos. El valor, la cobardía, la locura… hasta un ente cuasi sobrenatural personificado por Fedallah, el arponero indio que desgrana y predice el destino fatal de Ahab.

3. Moby-Dick. La ballena blanca no sólo es un Leviatán de leyenda: también es un símbolo del destino. Su descripción, que parece sacada de un cuento de marinero borracho, le otorga ese cierto carisma de monstruo sobrenatural, de demonio marino. Su color, sus cicatrices de innumerables batallas, la inteligencia que Ahab le supone… Todo hace parecer a Godzilla un bichito enfadado.

4. Su prosa. La obra de Melville es apasionada, dura, rica, de sintaxis oscura y retorcida a la vez que precisa; insultantemente perfecta. Valga de muestra un breve extracto del discurso de Ahab sobre su demonio blanco: <una mu­ralla que me rodea. Me hostiga, me aplasta, veo en ella una fuerza insultante, una malicia que la anima contra mí. No me hable usted de blasfemias: yo pegaría al mis­mo sol, si me ofendiera>. Imprescindible de nuevo referirnos a Shakespeare; no cabe discusión de que Ahab, caracterizado a través de su discurso, es un personaje a la altura de un Yago, de una Lady Macbeth. Y encima con la pata de palo.

5. Sus posibilidades escénicas. Ya sé que esto es salirse del texto en sí, pero con qué gusto lo hago. Qué regalo tuvo Gregory Peck cuando le tocó interpretar al capitán el la película de John Huston. Si no os habéis subido al borde de un barco y gritado el <¡Por ahí resopla!> dedo en ristre apuntando al horizonte, no os podéis hacer una idea de cómo imbuye de sensaciones la lectura de Moby-Dick, de cómo destila tradición teatral. Supera eso, guerrero de la luz.

6. Su valor como Obra. Moby-Dick no pretende enseñar, evangelizar, descubrir… Es una obra. Una historia para contar alrededor del hogar rodeados de niños con los ojos abiertos como platos, tan antigua como el hombre, sin ninguna pretensión más que relatar el camino de autodestrucción de un alma obsesionada. Si eso os parece poco, es que no habéis tenido la mala suerte de leer El Código Da Vinci.

Y paramos en 6 que me parece buen número. Como ya hiciera con Bukowski, os recomiendo- os compelo, mejor- con el énfasis monomaníaco de cierto cojo ballenero a que robéis, compréis, descarguéis o cojáis prestado esta obra fundamental de la literatura. Ya me daréis las gracias. Ah, y un último favor: Llamadme Capel (¿se entiende la referencia?).

Por: Antonio S. Capel

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Soberbio artículo!! Maldita y bendita novela. La amo casi tanto como la odio, por la cantidad de capas, simbolismos, referencias y significados ocultos de cada una de las palabras que la recorren.

Eso sí: aunque adoro a Melville, Shakespeare juega en otra liga... La novela está repleta de referencias shakespearianas porque Melville revisó las obras completas del inglés antes de iniciar la reescritura de "Moby Dick" (que en una primera versión era similar a "Typee"). Y en esa reescritura influyó (para bien, está claro) su amigo Hawthorne, otro maestro del simbolismo. A él está dedicada la novela.

Bueno, que me emociono y me pierdo... Os recomiendo enérgicamente la edición de "Moby Dick" publicada por Akal. Una maravilla de encuadernación, traducción, anotaciones, ilustraciones...

Muchísimas gracias por tu artículo, ha sido un placer leerlo. Saludos oceánicos!

Anónimo dijo...

Shakespeare no juega en otra liga, Shakespeare es directamente de otro mundo, pero estarás de acuerdo conmigo que si hubiera llegado a leer Moby-Dick se habría inspirado a la shakesperiana (esto es, copia bien y no mires a quién, copia de todas las fuentes, roba personajes, escenarios e historias y transforma buenas obras en obras insuperables) y habría acabado escribiendo "MacAhab: historia de una tragedia en medio de una tempestad".

Y casi 400 años después la habrían adaptado para la gran pantalla con Leo DiCaprio de Ahab y Renee Zellweger de Ishmaela.

Un honor que te haya gustado el artículo. Pronto más, si Masa me lo concede...

Camy dijo...

Es una de las obras de la literatura (entre muchas más) que tengo pendiente. Leo a Harold Bloom y siempre hace referencia a Moby-Dick.
Un placer seguiros.