De profundis: anatomía del dolor

viernes, 20 de febrero de 2009

Donde hay Dolor, hay terreno sagrado.
Algún día comprenderás lo que esto significa.
Hasta entonces, no sabrás nada de la vida

El 15 de noviembre de 1909, Robert Ross depositaba una carta manuscrita en el Museo Británico, bajo condición de que su contenido íntegro no se hiciese público hasta 1960. Eran veinte pliegos de color azul con el sello real en la parte superior, escritos por el recluso C.3.3. de la Prisión de Su Majestad en Reading. Un documento que acabaría por convertirse en el testamento vital de Oscar Wilde.

Condenado a dos años de trabajos forzados y sometido al escarnio público, el que fuera una de las figuras más influyentes de su tiempo lo había perdido todo de la noche a la mañana: su familia y sus amigos, su salud y su fortuna. Su nombre. Su dignidad.

De profundis es un angustioso mensaje dirigido al amante de Wilde, Lord Alfred Douglas (“Bosie”), responsable en mayor o menor medida de su caída en desgracia (su padre, el marqués de Queensberry, acusó públicamente a Wilde de pervertir a Douglas). El autor irlandés elabora un desesperado alegato repleto de melancolía, rencor y amargura, en donde cada “palabra es como el fuego o el escalpelo del cirujano, que hace arder o sangrar la carne”.

Quizá De profundis sea formalmente inferior a la célebre Balada de la cárcel de Reading, pero presenta algunos de los pasajes más conmovedores de la obra de Oscar Wilde. Porque incluso entre el Dolor es capaz de encontrar la Belleza. Como en uno de mis fragmentos favoritos, en el que recuerda una anécdota protagonizada por su camarada y albacea literario, Robert Ross. Una de las representaciones más hermosas de la amistad que he tenido el placer de leer.

Cuando, entre dos policías, me trasladaron de la cárcel al Tribunal de Cuentas, Robbie me esperaba en aquel largo y sombrío corredor. Al verme pasar con la cabeza baja y las manos esposadas, me saludó respetuosamente quitándose el sombrero. Por menos que eso muchos se han ganado el cielo. Lo hizo delante de la multitud, y con un gesto tan dulce y sencillo que la redujo al silencio. (…) Nunca le he dicho a Robbie una palabra acerca de lo que hizo y hasta hoy no sé si él se dio cuenta de lo que su gesto significó para mí. No es algo que pueda agradecerse con palabras. Lo guardo entre los tesoros de mi corazón. Lo conservo allí como una deuda secreta y me alegra saber que nunca podré pagarla”.

Por: Lidia Fraga

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Coincido. El fragmento sobre la amistad es estupendo. Gran artículo sobre Wilde.
Gracias