Hay dos formas de enfrentarse a “Walden Dos”, única novela escrita por el pope del Conductismo, B.F. Skinner. La primera consiste en verla como un tratado teórico más. La segunda, aproximarse a ella desde la perspectiva de la (ciencia) ficción. En ambos casos, pese a la fama adquirida en los años de las comunas hippies, la obra fracasa estrepitosamente.
Mucho se podría escribir sobre sus ideas. Y mucho se ha escrito, casi todo negativo. Por eso no es necesario profundizar mucho en ello en este artículo: baste decir que se trata de un ejercicio de onanismo con ínfulas científicas. Desde el momento en que la mayor parte de sus postulados justifican su veracidad mediante un bucle retroalimentado (lo que ven funciona en base a unos principios que se pueden demostrar mediante lo que ven), la obra carece de cualquier valor fuera del papel impreso. Y aun si aceptamos que sea ficción, y por tanto no necesite basarse firmemente en el mundo real, eso no justifica las incoherencias continuas en su forma de plantear el problema de la individualidad humana: a veces la afirma, a veces la niega, según le convenga en cada caso. Especialmente vergonzosa es su forma de apoyarse en la genética como base del comportamiento humano, mientras ignora cualquier influencia de la misma en el desarrollo diferencial de los niños.
Más interesante resulta analizar la novela desde el punto de vista narrativo. Como novela, “Walden Dos” es extremadamente pobre. Sus personajes son tan funcionales que se ven desprovistos de cualquier asomo de complejidad humana o vital, y su argumento es una mera excusa para presentar los contenidos teóricos del autor de la manera más simplona posible, a saber: un grupo de profesores y estudiantes visita un lugar llamado Walden Dos, en donde un antiguo profesor llamado Frazier ha establecido una comuna experimental siguiendo los dictados del Conductismo. Y ya está. El libro es esa visita, es decir, 300 páginas de Frazier guiando a los visitantes a través de los distintos experimentos que hacen funcionar la comunidad. Y al más puro estilo de los diálogos de Platón, los visitantes sólo le hacen a Frazier las preguntas que más le convienen para desarrollar su discurso. Críticas obvias y fallos flagrantes de lógica se ignoran en favor de otras cuestiones más anecdóticas o enrevesadas que permiten un mayor lucimiento del personaje omnisapiente que dirige el lugar, o que simplemente buscan mostrar la irracionalidad de los visitantes que actúan de némesis de su filosofía.
Con esta demostración de desinterés por los mecanismos de la ficción literaria, Skinner se convierte en el paradigma de algo que todos conocemos: el teórico que sabe mucho pero no tiene ni idea de cómo transmitir sus conocimientos. Seguro que a más de un estudiante le suena, porque todos hemos tenido profesores así. Skinner era capaz de defenderse en el terreno de los escritos teóricos, donde podía dar rienda suelta a su perorata y apoyarse en sus experimentos. Pero a nivel de ficción, su incapacidad para reflejar al ser humano o para encontrar una conexión emocional o intelectual entre historia y contenido dejan al descubierto las carencias de sus ideas especulativas. De hecho, aun si éstas fuesen realmente sólidas, su inutilidad para dotar de humanidad al relato bastaría para convertirlas en un coitus interruptus.
Mucho se podría escribir sobre sus ideas. Y mucho se ha escrito, casi todo negativo. Por eso no es necesario profundizar mucho en ello en este artículo: baste decir que se trata de un ejercicio de onanismo con ínfulas científicas. Desde el momento en que la mayor parte de sus postulados justifican su veracidad mediante un bucle retroalimentado (lo que ven funciona en base a unos principios que se pueden demostrar mediante lo que ven), la obra carece de cualquier valor fuera del papel impreso. Y aun si aceptamos que sea ficción, y por tanto no necesite basarse firmemente en el mundo real, eso no justifica las incoherencias continuas en su forma de plantear el problema de la individualidad humana: a veces la afirma, a veces la niega, según le convenga en cada caso. Especialmente vergonzosa es su forma de apoyarse en la genética como base del comportamiento humano, mientras ignora cualquier influencia de la misma en el desarrollo diferencial de los niños.
Más interesante resulta analizar la novela desde el punto de vista narrativo. Como novela, “Walden Dos” es extremadamente pobre. Sus personajes son tan funcionales que se ven desprovistos de cualquier asomo de complejidad humana o vital, y su argumento es una mera excusa para presentar los contenidos teóricos del autor de la manera más simplona posible, a saber: un grupo de profesores y estudiantes visita un lugar llamado Walden Dos, en donde un antiguo profesor llamado Frazier ha establecido una comuna experimental siguiendo los dictados del Conductismo. Y ya está. El libro es esa visita, es decir, 300 páginas de Frazier guiando a los visitantes a través de los distintos experimentos que hacen funcionar la comunidad. Y al más puro estilo de los diálogos de Platón, los visitantes sólo le hacen a Frazier las preguntas que más le convienen para desarrollar su discurso. Críticas obvias y fallos flagrantes de lógica se ignoran en favor de otras cuestiones más anecdóticas o enrevesadas que permiten un mayor lucimiento del personaje omnisapiente que dirige el lugar, o que simplemente buscan mostrar la irracionalidad de los visitantes que actúan de némesis de su filosofía.
Con esta demostración de desinterés por los mecanismos de la ficción literaria, Skinner se convierte en el paradigma de algo que todos conocemos: el teórico que sabe mucho pero no tiene ni idea de cómo transmitir sus conocimientos. Seguro que a más de un estudiante le suena, porque todos hemos tenido profesores así. Skinner era capaz de defenderse en el terreno de los escritos teóricos, donde podía dar rienda suelta a su perorata y apoyarse en sus experimentos. Pero a nivel de ficción, su incapacidad para reflejar al ser humano o para encontrar una conexión emocional o intelectual entre historia y contenido dejan al descubierto las carencias de sus ideas especulativas. De hecho, aun si éstas fuesen realmente sólidas, su inutilidad para dotar de humanidad al relato bastaría para convertirlas en un coitus interruptus.
Por: Pepe Hernández
4 comentarios:
Di que sí, pepe, ya esta bien encantarnos a nosotros mismos cn novelazas, a meter caña! y es que a ti, cuando algo no te gusta, bien que lo haces saber (que se lo digan al pobre camarero motero del shambala)
Siempre fan.
La culpa es tuya por leer a ese tipo. T lo mereces, Don José.
La culpa es tuya por leer a ese tipo. T lo mereces, Don José.
Q CRITICA MAS PEDANTE Y POCO PROVECHOSA... SI QUERIAS LITERATURA POETICA Y PERSONAJES DISFUNCIONALES LEE A SHAKESPIARE...
Publicar un comentario