A finales de los años 60 (no existe constancia del año exacto), un libro causó revuelo y estupor entre los habitantes de la llamada “ciudad de los sueños”. En sus páginas se desgranaban los más turbios escándalos de las estrellas de Hollywood, desde los años del cine mudo hasta aquel momento, con historias plagadas de detalles escabrosos e incluso fotografías explícitas. Se trataba de Hollywood Babilonia, una obra escrita por el polémico Kenneth Anger.
Anger fue un actor infantil de películas de medio pelo que, ya de adulto, se reinventó con éxito como cineasta experimental. Sus cortometrajes causaron un gran impacto artístico, sobre todo en la escena cultural europea, por su ruptura estética y su abundante imaginería provocativa, que jugaba con los tabúes de la época. Son frecuentes en ellos las escenas de homosexualidad implícita o explícita, los símbolos sadomasoquistas o satánicos y los detalles de indudable carácter fetichista. En medio de todo este delirio kitsch y subversivo también hay sitio para otra obsesión: el glamour del Hollywood clásico. Su obra funciona a modo de homenaje hacia este mito y al mismo tiempo como perversión de sus tópicos. Por eso no es de extrañar que emplease su talento para diseccionar el mundillo del celuloide desde la página impresa con el mismo descaro que mostró en la pantalla.
Hollywood Babilonia es la crónica del exceso, no sólo por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta. En sus páginas se despliegan historias de perversiones sexuales, suicidios, drogadicciones, crímenes, obsesiones inconfesables, cultos prohibidos… En fin, un catálogo de lindezas que hacen que la meca del cine parezca poco menos que la reencarnación de Sodoma y Gomorra. Y para darle un grado extra de depravación, el estilo de Anger se recrea en el detalle truculento, en el relato efectista, en el morbo gratuito, incluyendo además imágenes tan escabrosas como la del coche destrozado donde Jayne Mansfield (no) fue decapitada por culpa –dicen- de un maleficio satánico, la de Lupe Vélez amortajada en su ataúd o la del cuerpo sin vida de Carole Landis tal y como fue encontrado por la policía tras suicidarse. Podría calificarse al libro como el antecedente directo de esa vomitiva rama de la prensa rosa encarnada por el difunto Aquí Hay Tomate. Si no fuese, claro, porque el libro es condenadamente entretenido de leer y está escrito por alguien con talento.
Lo mejor de todo, sin embargo, es que la mayor parte de lo que cuenta este libro es falso. Historias deformadas hasta el límite para exacerbar sus componentes más inmorales, datos falseados o erróneos, invenciones descaradas, rumores extravagantes dados por ciertos… Sería un ejemplo del anti-periodismo si no fuese porque la intención de Anger no parece ser tanto la de ser fiel a la realidad como la de pervertir, como ya hiciese en celuloide, la imagen idílica y naive que el pueblo tenía por entonces de las estrellas. Sus artes para conseguirlo son la difamación más atrevida, el escándalo autoconsciente, el choque con lo socialmente aceptable, el hurgar en los armarios para extraer los esqueletos más podridos del star-system… y si no existen, inventarlos. Derrumbar esa fachada de falsedad límpida e incorrupta a golpe de falsedad sucia, obscena, pútrida. Como diría un gafapasta, deconstruir el mito de las estrellas perfectas y convertirlas en seres humanos cuya imagen divina oculta los placeres más inmundos. (... ... ...)
Anger fue un actor infantil de películas de medio pelo que, ya de adulto, se reinventó con éxito como cineasta experimental. Sus cortometrajes causaron un gran impacto artístico, sobre todo en la escena cultural europea, por su ruptura estética y su abundante imaginería provocativa, que jugaba con los tabúes de la época. Son frecuentes en ellos las escenas de homosexualidad implícita o explícita, los símbolos sadomasoquistas o satánicos y los detalles de indudable carácter fetichista. En medio de todo este delirio kitsch y subversivo también hay sitio para otra obsesión: el glamour del Hollywood clásico. Su obra funciona a modo de homenaje hacia este mito y al mismo tiempo como perversión de sus tópicos. Por eso no es de extrañar que emplease su talento para diseccionar el mundillo del celuloide desde la página impresa con el mismo descaro que mostró en la pantalla.
Hollywood Babilonia es la crónica del exceso, no sólo por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta. En sus páginas se despliegan historias de perversiones sexuales, suicidios, drogadicciones, crímenes, obsesiones inconfesables, cultos prohibidos… En fin, un catálogo de lindezas que hacen que la meca del cine parezca poco menos que la reencarnación de Sodoma y Gomorra. Y para darle un grado extra de depravación, el estilo de Anger se recrea en el detalle truculento, en el relato efectista, en el morbo gratuito, incluyendo además imágenes tan escabrosas como la del coche destrozado donde Jayne Mansfield (no) fue decapitada por culpa –dicen- de un maleficio satánico, la de Lupe Vélez amortajada en su ataúd o la del cuerpo sin vida de Carole Landis tal y como fue encontrado por la policía tras suicidarse. Podría calificarse al libro como el antecedente directo de esa vomitiva rama de la prensa rosa encarnada por el difunto Aquí Hay Tomate. Si no fuese, claro, porque el libro es condenadamente entretenido de leer y está escrito por alguien con talento.
Lo mejor de todo, sin embargo, es que la mayor parte de lo que cuenta este libro es falso. Historias deformadas hasta el límite para exacerbar sus componentes más inmorales, datos falseados o erróneos, invenciones descaradas, rumores extravagantes dados por ciertos… Sería un ejemplo del anti-periodismo si no fuese porque la intención de Anger no parece ser tanto la de ser fiel a la realidad como la de pervertir, como ya hiciese en celuloide, la imagen idílica y naive que el pueblo tenía por entonces de las estrellas. Sus artes para conseguirlo son la difamación más atrevida, el escándalo autoconsciente, el choque con lo socialmente aceptable, el hurgar en los armarios para extraer los esqueletos más podridos del star-system… y si no existen, inventarlos. Derrumbar esa fachada de falsedad límpida e incorrupta a golpe de falsedad sucia, obscena, pútrida. Como diría un gafapasta, deconstruir el mito de las estrellas perfectas y convertirlas en seres humanos cuya imagen divina oculta los placeres más inmundos. (... ... ...)
Por: José Hernández
Segunda parte
1 comentarios:
Qué ganas que tienes de echarle la mano al cuello a un gafapasta, que te habrán hecho ellos... Todo lo que sean detalles escabrosos sabes que me interesa. Todo estilazo.
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